Joane es una joven activista brasileña lucha por cambiar los hábitos de su pueblo, que se recojan y dejen de quemar residuos. En demasiadas áreas del río Tapajós, la proliferación del plástico en el ambiente es gigantesca. Detener esta deriva absurda y empezar a revertirla es una tarea de dimensión también enorme. Aunque no imposible para Joane.
Por Francesc Badia I Dalmases
Ciudad de México, 2 de marzo (OpenDemocracy).– ¿Cuánto plástico más puede soportar la cuenca amazónica antes de colapsar? ¿Cuánta agresión inconsciente? ¿Cuánta degradación ambiental?
Una bolsa de plástico, una botella de polietileno, un pedazo de poliuretano… son objetos banales, baratos, desechables. Su uso cotidiano se mide en miles de millones de unidades, a través de todo el planeta.
Sin embargo, después de un solo uso, son abandonados sistemáticamente en la naturaleza, e impactan de manera catastrófica, sobre todo cuando se multiplican al infinito, invaden el territorio, se descomponen en microplásticos y contaminan el agua. Acaban matando la fauna del río: peces, tortugas, pájaros.
Según Earth Day Network, Brasil ocupa tristemente el número uno en mala gestión de los desechos plásticos, en las Américas, por encima de los Estados Unidos. En demasiadas áreas del río Tapajós, la proliferación del plástico en el ambiente es gigantesca. Detener esta deriva absurda y empezar a revertirla es una tarea de dimensión también enorme. Aunque no imposible.
Un ejemplo de esto ocurre en Suruacá, una pequeña comunidad dentro de la Reserva Extractivista Tapajós-Arapiuns. Aquí, algo podría empezar a cambiar si gente como Joane, una joven de 20 años, tiene éxito en su valioso empeño.
La comunidad de Suruacá fue una de las primeras que entró a formar parte de un extenso programa de regeneración socio ambiental, liderado por la organización no gubernamental Projeto Saúde e Alegría, con base en Santarem, en el estado de Pará.
La comunidad de Joane podría ilustrar cómo una política comunitaria coherente, aplicada con continuidad en el tiempo, tiene efectos transformadores de largo alcance. Ciertamente, el desafío es grande. Pero la comunidad de Suruacá está suficientemente organizada como para que pueda prosperar.
Ya desde bien niña, a Joane le gustaba jugar con los plásticos, cuenta su madre, profesora de la escuela local. “Fabricaba pequeñas joyas, complementos para el baño o pequeños tiestos para las plantas del jardín”, nos cuenta, mientras limpia un pescado. Ahora, gracias a la conciencia adquirida en diversas formaciones en materia ambiental, Joane se ha propuesto intervenir en su comunidad.
La situación empezó a deteriorarse cuando el modelo alimentario fue cambiando y pasó, en pocas décadas, de una alimentación basada en cultivos autóctonos, frutas, pescado, y agua fresca de los pozos o las fuentes que alimentan el río (los hermosos igarapés), a una alimentación exógena, que incorpora productos envasados y enlatados, refrescos y agua embotellada. Quién sabe si se alcanzará algún día a revertir esta situación. Será difícil. Pero mientras tanto, jóvenes líderes con conciencia como Joane, tienen ideas, encabezan proyectos, trazan objetivos.
Uno de los problemas añadidos a la generación de residuos sólidos de la propia comunidad es la acumulación de plásticos en la ribera que provienen de los barcos que navegan por el río, o del pueblo de Alter do Chao, incipiente resort turístico en el margen opuesto del Tapajós. El viento y las corrientes arrastran el plástico hasta la playa, que en ocasiones adquiere el aspecto de un verdadero vertedero.
Joane se muestra convencida de que más y más jóvenes acabarán sumándose a iniciativas semejantes, a lo largo del río Tapajós, y más allá. “El hombre está poseído por un fortísimo deseo de devorar la selva. Devorar y devorar. Pero la selva no es infinita, y un día se va acabar”.
Hace muy poco tiempo, Joane, junto a miembros del Colectivo Joven Tapajónico, que ella contribuyó a fundar, protagonizaron una acción de concienciación para causar impacto.
La acción consistió en dibujar, con residuos plásticos sobre la arena de la playa, un monumental barco amazónico de tres puentes, y tomarle una fotografía aérea. Fue difícil convencer a la comunidad de la oportunidad de esa imagen, pero al verla entendieron su razón de ser.
“El coordinador pensó que nuestra acción iba a perjudicar a la comunidad, al dar una mala imagen, porque para él el problema no es de Suruacá, viene de fuera”.
En esta ocasión, no sin esfuerzo, los jóvenes consiguieron convencerlo, sobre todo cuando vio la fotografía y el impacto que podía tener en la prefectura y otros órganos administrativos para tomar consciencia de que se deben tomar medidas urgentes.
Pero, aunque el problema real es la falta de políticas públicas de gestión de los residuos sólidos por parte de la prefectura, que es quien tiene la responsabilidad sobre este asunto, Joane da mucha importancia al cambio de hábitos que está percibiendo en algunos de los jóvenes de la comunidad, algo que la hace feliz. Sobre todo cuando obtiene también la aprobación de su abuela y de su madre, ellas mismas luchadoras y portadoras de valores ancestrales, aprendidos de unos hábitos de vida del pasado mucho más próximos a la supervivencia en el medio natural, que ven en la joven activista continuidad y futuro.
Y además de los residuos, está la amenaza del fuego. Primero las hogueras donde los vecinos queman todo tipo de plásticos y gomas, que generan un humo negro, tóxico e inútil. “Esa no es la manera de tratar residuos”, se indigna Joane, y sin embargo no hay familia en Suruacá que no tenga un rincón para su propia fogata.
Pero luego está el fuego que prenden algunos vecinos con el objetivo de obtener parcelas para el cultivo, y que muchas veces derivan en verdaderos incendios. Una vez delimitada el área de selva, en vez de reutilizarla, dejándola descansar un año para la cosecha siguiente, queman otra, y luego otra, y hacen avanzar la deforestación, en demasiadas ocasiones multiplicada por incendios accidentales. Son ya muchas décadas funcionando de esta manera y el cambio cultural necesario para acabar con esta depredación continuada tardará en llegar.
Pese a su juventud, Joane está decidida a que las cosas cambien. Piensa incluso en poner en marcha otro biodigestor, un aparato que daría gas para cocinar y fertilizante para la huerta, fruto del mismo ciclo. “Cuando vaya a la ciudad, compraré los recipientes necesarios. Si esto funciona, seguro que la comunidad lo entiende y acaba adoptándolo”. Sus ojos brillan de entusiasmo.
Joane se muestra convencida de que más y más jóvenes acabarán sumándose a iniciativas semejantes, a lo largo del río Tapajós, y más allá. “El hombre está poseído por un fortísimo deseo de devorar la selva. Devorar y devorar. Pero la selva no es infinita, y un día se va acabar”.
Pero en el fondo de los ojos de Joane hay una chispa de esperanza. Nada la haría más feliz que ver la selva libre de residuos plásticos, y que se apague este fuego destructor.
Este fuego que no solo consume los polímeros acumulados, transformándolos en humo negro en el patio de cada vecino de la comunidad de Suruacá, sino que devora la vida de las generaciones presentes, y de las futuras.
Y a eso Joane pone toda la fuerza de su juventud.
Este artículo pertenece a la serie Rainforest Defenders, un proyecto de democraciaAbierta en colaboración con Engajamundo Brasil, con el apoyo del Rainforest Journalism Fund del Pulitzer Center. Fue originalmente publicado por El País aquí.